Tras leer ‘La conjura de los necios’, de John Kennedy Toole, me inventé este pequeño relato para el blog de nuestro Club de lectura y escritura de La Bagatela: ‘Escribir es otra manera de leer‘.

Ignatius caminaba por la calle Buenavista cuando vio un escaparate que anticipaba una extraña casa. Sin dudarlo, abrió la puerta de cristal y se introdujo para indagar. La habitación contenía objetos de diversos estilos y épocas. Un hombre que se encontraba detrás de una especie de archivador le saludó.
—Buenos días.
—Perdone —dijo Ignatius. —¿Qué diablos es esta casa?
—Esto no es una casa, es una asociación cultural.
—¡Ah! Precisamente es lo que estaba buscando, un sitio donde compartir mis amplios conocimientos y rescatar de la ignorancia a todos los socios. Y dígame, buen hombre, observo que aquí disponen de archivador pero no veo libros.
—Esto no es un archivador, y los libros los tiene detrás de usted.
Ignatius se giró y vio una pequeña estantería con libros y películas. Se acercó a ver qué ejemplares contenía. El hombre le siguió, aún asombrado por la extraña vestimenta del visitante.
—Veamos, veamos —dijo Ignatius mientras cogía algunos ejemplares. —¡Fantástico! Observo que aquí disponen de excelente material, sublime diría yo. Fortuna ha girado hacia arriba. Sin embargo hay mucho espacio libre en esta habitación. Deberían adquirir más anaqueles para completar la librería con escritos de Boecio, Platón, Addinson, Kurtz… tenemos una Biblioteca de Alejandría en potencia. —Ignatius sacó su cuaderno blanco y comenzó a apuntar cosas.
—Esto no es una librería, es un espacio sin ánimo de lucro para desarrollar diferentes actividades culturales.
—Puede que no lo sepa todavía, pero la cultura empieza con una buena lectura. Dígame, ¿cuál es el precio de éste ejemplar de Joseph Conrad?
—Dos euros.
—¡Dos euros por un libro que tiene un siglo! Esto es un robo a mano armada, una prueba más de que el capitalismo corrompe hasta las más buenas intenciones. La cultura debe ser un bien gratuito al alcance de los más pobres. Veo que su asociación tiene una visión plenamente materialista, concienzudamente encubierta para engañar a las almas cándidas que se acercan aquí en busca de ayuda. ¡No lo permitiré! —Ignatius buscó su sable pero se lo había olvidado en casa. —¡Maldición! Hoy es su día de suerte, amigo, si hubiera tenido mi arma justiciera este espacio hubiera quedado en peor estado que Troya.
—¡Usted está loco! ¡Lárguese de aquí! —El hombre intentó sacar a Ignatius a empujones, pero no pudo desplazar tanta gordura.
—Faltaría más, por supuesto que me marcho, pero no sin antes liberar este pozo de sabiduría escrita de la opresión mercantilista. —Ignatius trató de coger varios tomos, pero en su forcejeo con el hombre la repisa se inclinó y un libro le cayó en la frente.
—¡Oh, Dios mío! Me ha dejado tuerto.
—¡Fuera!
—Esto no quedará así. Pronto recibirá noticias de mis abogados. Moveré los hilos para que caiga todo el peso de la Justicia sobre esta falsa asociación. Yo mismo me encargaré de cerrar este nido de riqueza.
Ignatius se marchó con un libro bajo el abrigo.
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